José de Espronceda fue uno de los máximos exponentes del Romanticismo en España, conocido por mostrar siempre un espíritu rebelde y liberal.
Nació en Almendralejo, pero pronto se trasladó a Madrid, donde estudió en el colegio de San Mateo. Este centro de instrucción primaria y secundaria estaba dirigido por Alberto Lista, el maestro de la primera generación romántica española. Lista fundó la sociedad literaria «La Academia del Mirto», en la que Espronceda leyó sus primeras obras.
Con 18 años se autoexilió en Lisboa, donde se enamoró de Teresa Mancha. Siguió a su amada hasta Londres, donde contactó con los exiliados liberales españoles que habían escapado de la represión política de Fernando VII. En Londres, Espronceda conoció la literatura europea y su poesía evolucionó en esa dirección. La obra del escritor romántico Lord Byron influyó mucho en él.
Unos años más tarde, en 1829, se dirigió a París, quizás con la idea de pasar a España, o por el escándalo que provocó en Londres al relacionarse con Teresa, ya casada con un español emigrado y madre de dos hijos. En París, participó en las barricadas de julio de 1830.
Entró a España en octubre de 1830 con una pequeña tropa al mando de Joaquín de Pablo. Tras la derrota y el fusilamiento del capitán (a quien dedicó la oda A la muerte de don Joaquín de Pablo), volvió a Francia con los soldados supervivientes y se instaló en París con Teresa. La felicidad que vivió en este momento se refleja en sus poesías Y a la luz del crepúsculo serena y Suave es tu sonrisa, amada mía. En 1833 murió su padre y regresó a España (amparado en la ley de amnistía por la muerte del rey Fernando VII), seguido por Teresa.
Se instalaron en Madrid y, en 1834, tuvieron una hija llamada Blanca. Espronceda ingresó en la Guardia Real y, aunque no se le consideraba peligroso políticamente, fue desterrado de nuevo, aunque dentro del territorio español.
En esta época, Espronceda ya tenía una sólida reputación de escritor y poeta romántico, gracias a sus poemas y sus canciones (Canción del pirata), en las que plasma sus ideas de libertad y rebeldía. También era público su pensamiento político y social. Sus ideas eran liberales y progresistas, y reivindicaba mejoras sociales para el campesinado.
En 1836 Teresa lo abandonó, porque no podía seguirlo en su intensa actividad política, y le dejó a Blanca.
En 1837 se presentó como candidato a diputado por Granada, pero no fue elegido. En septiembre murió Teresa, a la que dedicó el Canto a Teresa, una muestra de su desgarrador dolor.
En 1840 murió su madre. Entre 1840 y 1842, Espronceda publicó El estudiante de Salamanca y El diablo mundo (obra maestra de la poesía lírica española, en la que incluyó el Canto a Teresa), poemas que serán considerados la cima del Romanticismo Español.
En noviembre de 1841, Espronceda fue designado secretario de la Legación de España en los Países Bajos y vivió en La Haya hasta marzo de 1842, cuando fue elegido diputado a Cortes por la provincia de Almería. Su actividad parlamentaria destacó por su defensa de la Milicia Nacional y su preocupación por la situación económica de España, pero fue muy corta, pues murió inesperadamente (por una afección de garganta) dos meses después de ocupar el cargo.
Hojas del árbol caídas
juguetes del viento son:
las ilusiones perdidas,
¡ay!, son hojas desprendidas
del árbol del corazón.
Características de su poesía:
El estilo de Espronceda es sonoro e intenso. Usaba muchos recursos, como la rima, los contrastes, la aliteración o las exclamaciones e interrogaciones retóricas. Con todos ellos, conseguía influir en los lectores de manera más emotiva y exagerada. También empleaba la polimetría (variedad de metros en una misma composición).
No solo escribió sobre figuras rebeldes y marginadas sino que él también era una, pues reúne las características del héroe romántico: luchó por la libertad, siendo arrestado y desterrado por ello; se enamoró de una mujer casada, que acabó abandonándolo; y murió joven y de forma inesperada en la plenitud de su vida.
Canto a Teresa
¿Por qué volvéis a la memoria mía,
tristes recuerdos del placer perdido,
a aumentar la ansiedad y la agonía
de este desierto corazón herido?
¡Ay!, que de aquellas horas de alegría,
le quedó al corazón sólo un gemido
y el llanto que al dolor los ojos niegan,
¡lágrimas son de hiel que el alma anegan!
¿Dónde volaron, ¡ay!, aquellas horas
de juventud, de amor y de ventura,
regaladas de músicas sonoras,
adornadas de luz y de hermosura?
Imágenes de oro bullidoras,
sus alas de carmín y nieve pura,
al sol de mi esperanza desplegado,
pasaban, ¡ay!, a mi alrededor cantando. [...]
Aún parece, Teresa, que te veo
aérea como dorada mariposa,
en sueño delicioso del deseo,
sobre tallo gentil temprana rosa,
del amor venturoso devaneo,
angélica, purísima y dichosa,
y oigo tu voz dulcísima, y respiro
tu aliento perfumado en tu suspiro.
Y aún miro aquellos ojos que robaron
a los cielos su azul, y las rosadas
tintas sobre la nieve, que envidiaron
las de mayo serenas alboradas;
y aquellas horas dulces que pasaron
tan breves, ¡ay!, como después lloradas,
horas de confianza y de delicias,
de abandono, de amor y de caricias.