Movimiento cultural que surgió en Alemania a principios del siglo XX y que se manifestó en todas las artes.
Movimiento cultural que surgió en Alemania a principios del siglo XX y que se manifestó en todas las artes.
Se trata de una deformación de la realidad para expresar de forma subjetiva la naturaleza y el ser humano.
Es más importante la expresión de los sentimientos y la visión del artista (expresión) que la descripción objetiva de la realidad (impresión).
Características:
Denuncia de las miserias de la guerra y rechazo de la tecnología moderna.
Deformación subjetiva de la realidad mediante hipérboles, caricaturas, antítesis, humor negro... para expresar la angustia existencial.
Defiende la libertad individual, la expresión subjetiva, el irracionalismo, el apasionamiento y los temas prohibidos –lo morboso, demoníaco, sexual, fantástico o pervertido–.
Franz Marc, Los grandes caballos azules, 1911
En la literatura:
Aparecen como temas destacados –al igual que en la pintura– la guerra, el miedo, la locura, el amor, el delirio, la naturaleza o la pérdida de la identidad individual, entre otros. Pero también aparecen temas prohibidos como sexualidad, la enfermedad y la muerte.
No se imita la realidad, no se analizan causas ni hechos, sino que el autor busca la esencia de las cosas, mostrando su particular visión.
Se deforma la realidad mostrando su aspecto más terrible y descarnado. Se enfatizan aspectos como lo siniestro, lo macabro, lo grotesco.
Formalmente, recurren a un tono épico, exaltado y patético. Renuncian a la gramática y a las relaciones sintácticas lógicas, y su lenguaje se convierte en preciso y crudo.
Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana, después de un sueño inquieto, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba echado sobre el duro caparazón de su espalda y vio, cuando levantó un poco la cabeza, su vientre oscuro, abombado por arqueadas callosidades, cuya prominencia apenas si podía aguantar la colcha a punto de venirse al suelo. Sus muchas patas, lastimosamente flacas, en comparación con el tamaño anterior de sus piernas, se agitaban desamparadas ante sus ojos.
“¿Qué me ha sucedido?”, se preguntó. No era un sueño. Su habitación, una verdadera aunque demasiado estrecha habitación humana, aparecía como de ordinario entre las cuatro bien conocidas paredes. Sobre la mesa, la cual estaba cubierta por un muestrario de telas –Samsa era viajante de comercio–, colgaba una estampa poco antes recortada de una revista ilustrada y puesta en un lindo marco dorado. Representaba a una señora tocada con un gorro de pieles, envuelta en una bufanda también de pieles, y que, muy erguida, esgrimía hacia el contemplador un amplio manguito, también de piel, dentro del cual se metía todo su antebrazo.
Kafka, Metamorfosis, 1915