Nació el 17 de febrero de 1836. Su nombre era Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida. El apellido Bécquer, que tanto el escritor como su hermano adoptaron, pertenecía a la familia de comerciantes flamencos de origen noble de la que descendían y que se estableció en Sevilla en el siglo XIV.
Tuvo una infancia triste: su familia se arruinó y quedo huérfano a los 5 años. Se fue forjando así su carácter melancólico y tímido.
En la adolescencia, se interesó por la pintura, pero pronto descubrió su vocación literaria.
Publicó sus primeros poemas, de estilo clasicista, en 1853.
En 1854 se trasladó a Madrid, donde vivió una vida bohemia, llena de dificultades económicas.
No logró publicar sus Rimas y, para colmo, en 1868 perdió el manuscrito de esta obra. Tuvo que recomponer la obra de memoria.
En la década de los años sesenta se hizo periodista de un diario conservador y ejerció de censor para ganarse la vida. Más tarde, con la revolución liberal de 1868 (la Gloriosa), perdió su trabajo como censor.
Se casó con Casta Esteban, hija del médico que le estaba tratando su tuberculosis. Casta rompía con el modelo de mujer sumisa tradicional. De hecho, se separó de su marido y se repartieron la custodia de sus tres hijos. Tras la muerte de Gustavo, volvió a casarse e incluso publicó un libro de cuentos que fue bastante maltratado por la crítica y que pasó prácticamente desapercibido en la época.
No obstante, Bécquer estaba profundamente enamorado de la cantante de ópera Julia Espín. Nunca llegó a formalizar ninguna relación porque ella aspiraba a algo más que a un bohemio escritor sin dinero, pero él le escribió poemas como Tu pupila es azul.
Rima XIII
Tu pupila es azul y, cuando ríes,
su claridad suave me recuerda
el trémulo fulgor de la mañana
que en el mar se refleja.
Tu pupila es azul y, cuando lloras,
las transparentes lágrimas en ella
se me figuran gotas de rocío
sobre una violeta.
Tu pupila es azul, y si en su fondo
como un punto de luz radia una idea,
me parece en el cielo de la tarde
una perdida estrella.
Murió en la pobreza, en Madrid, en 1870. Su última voluntad fue que publicasen su obra, porque creía que sería más conocido después de su muerte. Así que varios de sus amigos recolectaron fondos para publicar sus obras. Y fueron ellos quienes publicaron póstumamente las Rimas.
El propio Bécquer escribió: «Si es posible, publicad mis versos. Tengo el presentimiento de que de muerto seré más y mejor conocido que vivo». Y no se equivocaba.
Características de su poesía:
Palabras sencillas, llenas de connotaciones subjetivas y simbólicas, no usa un vocabulario culto.
Intimismo: son más importantes los sentimientos y las emociones que sugieren las palabras que lo que dicen literalmente. Escribe desde una experiencia personal profunda.
Ritmo suave: no busca sorprender por la rima, sino por una voz cercana.
Poemas breves con versos de diferente medida y con una estructura apelativa (se dirige al tú).
Influencia del simbolismo: muchas rimas hablan de experiencias interiores muy vagas e inexpresables. Para intentar trasladar esas sensaciones, Bécquer usa símbolos como el viento, el arpa, la luz, las olas, las hojas de los árboles al caer…, es decir, elementos de la naturaleza u objetos fugaces, con los que sugiere aquello que sentimos y no podemos expresar con palabras.
Rima XLII
Cuando me lo contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas;
me apoyé contra el muro, y un instante
la conciencia perdí de donde estaba.
Cayó sobre mi espíritu la noche;
en ira y en piedad se anegó el alma...
¡y entonces comprendí por qué se llora,
y entonces comprendí por qué se mata!
Pasó la nube de dolor... Con pena
logré balbucear breves palabras…
¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo...
¡Me hacía un gran favor!... Le di las gracias.
La edición de las Rimas de Bécquer fue realizada de forma póstuma por sus amigos. El criterio de numeración de las Rimas no era cronológico, sino temático. Así, las Rimas se dividen en cuatro grupos:
Rimas I-IX: poemas de reflexión sobre la poesía y su creación.
Rimas X-XXIX: se refieren al amor feliz.
Rimas XXX-LI: se tratan temas como el amor infeliz, la decepción y el desengaño.
Rimas LII-LXXVI: reflexiones acerca de la soledad y la muerte.
Rima I
Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de ese himno
cadencias que el aire dilata en las sombras.
Yo quisiera escribirlo, del hombre
domando el rebelde, mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.
Pero en vano es luchar; que no hay cifra
capaz de encerrarlo, y apenas ¡oh, hermosa!
si, teniendo en mis manos las tuyas,
pudiera, al oído, contártelo a solas.
Rima IV
No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.
Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas;
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista;
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías;
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!
Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista;
mientras la humanidad, siempre avanzando
no sepa a dó camina;
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!
Mientras sintamos que se alegra el alma
sin que los labios rían;
mientras se llore sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan;
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!
Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran;
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira;
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas;
mientras exista una mujer hermosa
¡habrá poesía!
Rima VII
Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
¡Ay! -pensé-. ¡Cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro, espera
que le diga: «Levántate y anda!»
Rima XI
Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión;
de ansia de goces mi alma está llena;
¿a mí me buscas? –No es a ti, no.
–Mi frente es pálida; mis trenzas, de oro;
puedo brindarte dichas sin fin;
yo de ternura guardo un tesoro;
¿a mí me llamas? –No, no es a ti.
–Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible;
no puedo amarte. –¡Oh, ven; ven tú!
Rima XVII
Hoy la tierra y los cielos me sonríen,
hoy llega al fondo de mi alma el sol,
hoy la he visto... La he visto y me ha mirado...
¡Hoy creo en Dios!
Rima XXI
¿Qué es poesía?, dices, mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul,
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.
Rima XXI
Tú eras el huracán y yo la alta
torre que desafía su poder:
¡tenías que estrellarte o abatirme!
¡No pudo ser!
Tú eras el océano y yo la enhiesta
roca que firme aguarda su vaivén
¡tenías que romperte o que arrancarme!
¡No pudo ser!
Hermosa tú, yo altivo; acostumbrados
uno a arrollar, el otro a no ceder;
la senda estrecha, inevitable el choque...
¡No pudo ser!
Rima LII
Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!
Ráfagas de huracán, que arrebatáis
de alto bosque las marchitas hojas,
arrastrando en el cielo torbellino,
¡llevadme con vosotras!
Nubes de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las desprendidas orlas,
arrebatado entre la niebla obscura,
¡llevadme con vosotras!
Llevadme, por piedad, adonde el vértigo
con la razón me arranque la memoria...
¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!
Rima LIII
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán;
pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha al contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres,
esas... ¡no volverán!
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde, aún más hermosas,
sus flores se abrirán;
pero aquellas cuajadas de rocío,
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer, como lágrimas del día...
esas... ¡no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará;
pero mudo y absorto y de rodillas,
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido... Desengáñate,
¡así no te querrán!